TRAS-TORNAR EL PAISAJE

No paramos hasta que se nos pasa la mano. Así somos. No digo individualmente –aunque quizá también, al menos un poco–, pero definitivamente sí como sociedad, quizá hasta como especie. Somos como nos pintaba con su perfecta dicción el agente Smith (Hugo Weaving), el villano de The Matrix (1999): un virus, una plaga (no es broma: se estima que la población mundial alcanzará los 11,000 millones de personas –40% más que ahora– antes de llegar a un punto de equilibrio, cerca del año 2100) que destruye su propio hábitat.
Mientras escribo estas líneas, tengo abierta la página web Climate Clock (https://climateclock.world/), cuya cuenta regresiva marca 5 años, 221 días, 2 horas, 53 minutos y 50 segundos. Es el tiempo que nos queda para revertir la tendencia actual de emisión de gases de efecto invernadero y evitar que la temperatura promedio global sea 1.5°C mayor que la que había en el planeta en la era preindustrial. Parece una cosa de nada –¡apenas un grado y medio!– pero no lo es. Las consecuencias con ese grado y medio ya son severas: subida del nivel del mar, acidificación del océano, olas de calor, sequías o precipitaciones extremas, impactos en la biodiversidad y los ecosistemas, etc. Si nos pasamos y el aumento de la temperatura es mayor, muchas de estas consecuencias pueden ser irreversibles. Y eso porque desde el inicio de la revolución industrial hemos lanzado a la atmósfera el equivalente a 1500 000 000 000 toneladas de carbono a la atmósfera. Eso le hacemos al planeta. Eso nos hacemos a nosotros mismos.
Popularizado por el químico estadounidense Paul J. Crutzen –para quien los cambios producidos por el hombre en la atmósfera de la Tierra son lo suficientemente significativos como para considerar que estos marcan una nueva época geológica (algo que, sin embargo, muchos geólogos no comparten)–, el término Antropoceno ya es moneda común en los dominios de la ciencia y de la cultura en general en nuestros tiempos. Con él se designa el efecto que el ser humano ha causado sobre el planeta. Para algunos, todo comienza con la revolución industrial en el siglo XIX; para otros recién a mediados del siglo XX, con el estallido de la primera bomba atómica. En cualquier caso, vivimos hoy la larga secuela de consecuencias de nuestra viral forma de habitar este planeta. Y no hablamos solo del cambio climático, sino de las grandes acumulaciones de basura, las ingentes cantidades de plástico que flota en los océanos, la destrucción de ecosistemas enteros, extinción de especies, entre otras consecuencias del Antropoceno.
Esta nueva era (geológica o no) ha demostrado, además, un par de cosas más sobre nosotros. Primero que somos incapaces de ponernos de acuerdo para remediar esta situación. Y, segundo, que lo somos en parte porque muchos de nosotros prefieren no prestarle atención al asunto (por interés, por negacionismo o simplemente porque es más cómodo mirar para otro lado) y en parte porque muchos otros de nosotros no se pueden dar el lujo de prestarle atención.
En Tras-tornar el paisaje, Laura Cuadros nos enfrenta con esta realidad. Y lo hace desde distintos ángulos. Desde la belleza del paisaje –que pinta con tanta delicadeza y precisión–. Desde el sentido del humor y la ternura (esos patitos de hule que cayeron al mar…). Desde la evidencia pura y dura. Desde la anécdota. O desde el llamado a la acción. Todavía quedan años, días y horas en el conteo regresivo. Son pocos, pero son. No estaría mal que pensáramos en aprovecharlos.

Curador: Carlo Trivelli